Hace tiempo que constatamos que nuestra sociedad vive instalada en una queja permanente. Podríamos hacer una extensa lista de las continuas quejas que escuchamos en las tertulias radiofónicas, en las cartas al director de los periódicos, en las conversaciones familiares o en la cafetería con los amigos.
Pero por otro lado, todos constatamos que esta actitud de quejarse no soluciona los problemas. Señalar los defectos personales y sociales y quedar-nos en esta postura, sólo consolida la propia impotencia. Pero parece como si eso no importase en demasía, porque pasan los días y lo seguimos haciendo como si tal cosa. Si quejarse es una actitud estéril, que no ayuda a mejorar las cosas, ¿por qué nuestra sociedad sigue instalada en una crítica fácil y desmedida? Porque en el fondo nos damos cuenta de que si nos quejamos continuamente de los demás, no es necesario que revisemos lo que hacemos nosotros, porque con la queja tapamos aquellas realidades de nosotros mismos que no nos gustan.
Olvidamos que nosotros formamos parte de la realidad que criticamos y de la cual nos quejamos. No nos podemos quejar sin más ni más, si somos parte del problema, debemos comprometernos con lo que denunciamos. Señalar es algo bueno y necesario, pero tenemos que hacer algo más. Y comprometernos con la realidad, significa luchar por mejorar lo que señalamos o criticamos. La única manera de quejarse con sentido será bien luchar, y que ofrezcamos nuestra ayuda para mejorar esa realidad que reprochamos como defectuosa.
A menudo soñamos con un mundo mejor, y para ello renegamos del que existe, como si todo lo que los otros han hecho por nosotros no tuviera valor alguno. Como decía el malogrado Alfons Banda: «no es posible hacer otros mundos sin contar con el que tenemos, del que formamos parte«. Tenemos claro cómo debe ser el hombre, el mundo, la política, la sociedad, y queremos que la real-realidad quede sometida a nuestros ideales a nuestras ideas.
Y después de este banal intento, porque nunca podrá haber nada que sea como nosotros lo hemos imaginado, caemos en la queja. Es una queja que brota de no aceptar la realidad tal como es y pensar que nuestros ideales son mejores. Pero nuestros ideales son quimeras, no existen en ningún lugar, y las que realmente existen son las que rechazamos por defectuosas. Lo peor de todo, es que después de la queja pasamos a la busca de culpables, a encontrar a aquellos que nos impiden alcanzar unos sueños irreales.
Hemos olvidado algo básico: no hay otro modo de existir en este mundo que hacerlo con defectos e imperfecciones. No existe nada perfecto, es decir, sin limitaciones, y esto en sí mismo no debería ser problemático. Cualquier persona, institución, o sociedad, por el hecho de serlo, es limitada. Los ideales son perfectos, pero cuando se encarnan se limitan y por tanto se desvirtúan. Y no entender esta obviedad, es lo que nos hace vivir instalados en la queja permanente. No aceptar con alegría quiénes somos y como somos, es no entender la realidad y hacer problema de muchas cosas que en sí mismas deberían serlo.
Nuestro primer mundo que anhela la sociedad del bien estar, nos ha hecho creer que llegaríamos a vivir en una especie de paraíso, donde tendríamos de todo, acompañados de todos los derechos del mundo. Y esto nos ha llevado al convencimiento de que la razón básica de nuestra insatisfacción es que alguien (estado, padres, adultos, políticos, empresarios…) no nos facilitó lo que nos merecíamos o nos correspondía.
Esta postura tan infantil, nos ha llevado a ser niños malcriados y dependientes, con la gravedad de que el día que nos den todo lo que demandamos, nos seguiremos quejando, porque nos parecerá insuficiente o defectuoso en su forma o en quien sabe qué. Pasamos de quejarnos a ser una queja continua, nos volvemos egoístas y muy poco corresponsables.
Hay que hacer un salto de madurez, hacer propuestas concretas para mejorar lo que no funciona. Pero tener propuestas, significa pensar, reflexionar, ser creativo, juntarse con otros y arriesgarse a emprender una acción de mejora. Y es curioso, pero cuando haces propuestas y construyes acciones concretas, es cuando más críticas recibes de los que a tu alrededor se dedican mirar y a señalar los obstáculos. Es tan sencillo ser un contraista o instalar-se en la queja permanente. Y es tan necesario y urgente que existan hombres y mujeres que superen ese estadio. Hay que dedicar el tiempo y capacidades a mejorar la sociedad en la que vivimos.
Tenemos que pasar de una sociedad del bienestar a una sociedad del “bienhacer”, que surgirá sin ninguna duda del estar bien con nosotros mismos, con lo que realmente somos. Y desde esta aceptación gozosa de la realidad, surgirán las propuestas para aunarnos en la construcción de una sociedad más justa y equitativa para todos. Pero no es cuestión de quedarse criticando esperando a que mejoren las cosas cambien, sino hacer posible que las cosas mejoren con nuestro trabajo y dedicación. Esta es una tarea de todos los ciudadanos y para toda la vida.
Jordi Cusso
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