Ante el complejo escenario que la pandemia del Covid-19 ha generado, muchas personas se preguntan si las cosas volverán a ser como antes o si más bien puede ser la oportunidad para evaluar, hacer balance, cuestionar el estilo de vida que llevábamos y ver qué aspectos sería necesario cambiar. Los más escépticos ¿o realistas? creen que se volverá a lo de antes por esta tendencia innata a no movernos del territorio conocido, de las pseudoseguridades que nos hemos creado, más aún en un tiempo en que la incertidumbre se ha hecho más palpable y se hace difícil realizar cualquier tipo de proyección a futuro, aunque sea cercano.

En estos días he podido conocer el interesante trabajo que desarrolla un colectivo de personas en Chile con el ánimo de rescatar los tan subestimados “oficios”, contribuyendo a la investigación y difusión de los mismos. Zapateros, yerbateros, tejedores, alfareros, canteros, orfebres, cesteros, apicultores… cultores de distintos saberes que, a lo largo de la historia de la humanidad, han ido dando respuesta o cubriendo las diversas necesidades del ser humano y que actualmente tienen serios problemas de sobrevivencia ante los productos industrializados.

Son varias las características comunes de ejercer un oficio :

  • Se trata de trabajos hechos a mano, por lo cual cada pieza, objeto o producto es único. En cada uno de ellos, el artesano ha dejado impresa su huella. Son productos que transmiten historia, identidad, cultura… un modo de concebir la vida.
  • El hecho de trabajar con las manos no implica que no sea necesario, al mismo tiempo, un trabajo mental. Hay que diseñar y desarrollar todo un itinerario para lograr lo deseado. Con lo cual, se da una armonía entre el trabajo manual-corporal y el trabajo intelectual. Ambos unidos para crear.
  • El trabajo hecho a mano sumerge en otra vivencia del tiempo y del espacio. Se vivencia la evolución de las cosas, las cuales no “nacen” en el supermercado o en un centro comercial, sino que para que hayan llegado allí se ha necesitado hacer un proceso, desde el momento en que se engendraron en la mente del artesano, la provisión de los materiales, la ejecución, el embalaje, difusión o distribución… Entonces se ve la vida también como proceso.
  • Se da una relación más armónica y cercana con el entorno. Son conscientes de que esa materia prima que la tierra les ofrece requiere, de algún modo, que también le aporten a ella. Es por ello, que en las culturas indígenas, se hacen rituales de agradecimiento o “pago” a la pachamama. O si se extrae algo del bosque, como es el caso de los mapuches, plantan algo a cambio: “tú me das, yo te doy”. Es el principio de reciprocidad tan vivo en esas culturas.
  • Hay un sentido de responsabilidad en el hecho de poder traspasar ese saber a otras personas, a otras generaciones. En muchos casos son familias que de generación en generación han ido entregando la experiencia acumulada. Por ello, se habla de “buen oficio” cuando éste se ejerce con maestría, cuando quien lo realiza se convierte en un verdadero maestro de ese saber, no quedándoselo para él sino entregándolo con generosidad.
  • En general, disfrutan de su trabajo. Lo gozan. Crean y se recrean en él. Algo muy alejado de los trabajos alienantes a los cuales está sometida tantísima gente. Este aspecto del “gozar” del oficio no es menor ya que de ahí brota entusiasmo, alegría de vivir y creatividad. El lema de una cooperativa del sur de Chile, dice así: “Si no es divertido, no es sustentable”.

El oficio requiere una especial vocación y habilidad para desarrollarlo generando, además,  un estilo de vida.  Gabriela Mistral, la excelsa poetisa chilena, se refería al “oficio” como “eje de la vida”, como centro desde el cual se irradian otros aspectos, otras realidades.

Todo ello nos ha de llevar a pensar que vivir es el más esencial de los oficios. Quizás valdría la pena contemplar con mayor detenimiento e interés ese humilde y valiosísimo trabajo de los oficios ya que de ellos emana una sabiduría que podría dar luces para hacer de nuestra vida una obra única e irrepetible.

Lourdes Flavià