Soy inmigrante. Pero casi tengo vergüenza de utilizar esta palabra, porque siendo una holandesa que ha optado por vivir bajo el sol español, pues soy una privilegiada. No recibo el mismo trato que las inmigrantes que huyen de la violencia o del hambre… Hace poco me llamaron del municipio donde estoy recientemente empadronada para invitarme a una entrevista de bienvenida. Una funcionaria, de origen africano, me acogió con los brazos abiertos, me regaló un librito con información (en catalán, castellano, inglés y árabe), me invitó a un curso de integración, contestó a mis preguntas y me dijo que durante dos años estaba a mi disposición por lo que yo pudiera necesitar…
Le pregunté por su país de origen y me dijo que ella había nacido en España: sus padres se instalaron en el Maresme cuando se necesitaba mano de obra para la agricultura. Me explicó que en los años setentas, las personas del lugar no querían trabajar en el campo…
No pude impedir mi curiosidad y le pregunté por qué yo había recibido esta invitación y que a una amiga mexicana, que llevaba más tiempo en el municipio, no le habían dado esta bienvenida. Explicó que el programa de bienvenida empezó hace poco, porque recibieron una subvención de la Comunidad Europea. Su respuesta me desconcertó: ¿la comunidad europea, a quien le cuesta tanto organizarse para dar hospitalidad a miles de personas aparcadas en sus fronteras, está destinando dinero de los contribuyentes para darme a mí esta acogida de calidad?
Mi país de origen es un país de diques y molinos. Para mí representan diferentes actitudes que podemos tener en un clima determinado. Los diques para defenderse de las tempestades, los molinos para transformar el viento en energía.
Ante el fenómeno de la inmigración podemos tener actitud de dique, erigiendo muros físicos y barreras burocráticas para defendernos. O tener actitud de molino: organizar servicios de acogida, de integración, de convivencia intercultural… Ojalá la comunidad europea sepa adoptar una actitud de construir molinos, para que las personas que desean cruzar sus fronteras se transformen en energía nueva para nuestras sociedades.
¿Y los diques…? ¿Hacen falta? Yo diría que sí. En Holanda se ha construido un dique importante en las últimas elecciones: un dique para parar los extremismos y para impedir que la xenofobia inunde el país.
Pauline Lodder
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