La Generación “Z”Un nuevo reto para la convivencia intergeneracional

La velocidad con la que se producen los cambios, junto con la capacidad para poder compartir las experiencias a nivel planetario, está reduciendo de forma significativa el intervalo de tiempo que permite caracterizar a una nueva generación. Actualmente, una diferencia de entre 10 y 12 años entre dos personas, puede implicar cambios sustanciales en la manera de ver y entender el mundo. Asimismo, todos los cambios generacionales tienen una característica común, obligan a incorporar en el mapa de relaciones nuevas maneras de comunicarse y a hacer un esfuerzo de empatía para entender y ponerse en el lugar del otro; afectando, en definitiva, al diálogo intergeneracional.

La última generación categorizada es la que se denomina “Z” o “IGen”. Engloba a los jóvenes nacidos entre el 1995 y el 2010 que se caracterizan por haberse desarrollado en un hábitat plenamente internet. Ello los posiciona como individuos creativos, autodidactas y con una fuerte sobreexposición a la información.

La generación anterior, denominada “millennials”, que engloba los nacidos entre 1980 y 1994, creció y estudió en una época de prosperidad económica, donde las perspectivas de futuro eran brillantes. Egocéntricos, muy listos y preparados académicamente. Pero gran parte de sus sueños quedaron marcados por los atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 y finalmente sus expectativas profesionales quedaron truncadas con la estrepitosa crisis financiera del 2008.

La generación Z, ya ha crecido en un mundo en plena recesión, azotado por el terrorismo, con unos índices de paro que quitan la respiración y una visión muy negativa del futuro medioambiental del planeta. Para ellos, ya no tiene sentido el consumo desenfrenado, el narcisismo simbolizado por el “selfie”, el egoísmo, ni el individualismo. Saben que los sueldos a los que pueden optar van a ser bajos y, por consiguiente, su relación con el dinero es y será diferente. Quieren poder disfrutar de las cosas pero no ser propietarios, les es suficiente con compartirlas. Son jóvenes motivados por la justicia y la solidaridad, y les cuesta entender que no se respete el mediomabiente.

Respecto a su educación, la generación Z, es más realista que la generación anterior. Son irreverentes y poco amigos de la jerarquía y de la autoridad. Han visto cómo los títulos universitarios, los másters y todas las sobrecualificaciones en el que tanto tiempo han invertido sus hermanos mayores, no han servido más que para malgastar su tiempo y poco han ayudado para que pudieran construirse un brillante futuro profesional. Esto los ha hecho bastante refractarios a la cultura del esfuerzo, que han sustituido por la de la inmediatez. En general, prestan poco interés por la educación teórica y les interesa más una educación práctica, flexible, creativa, basada en las experiencias, vinculada a proyectos compartidos y que les sirva para gestionar la incertidumbre y la complejidad a las que se enfrentan cada día.

Uno de los aspectos más característicos que define a estos jóvenes Z, es que las tecnologías de la información (TIC), forman parte inseparable de sus vidas y de todas sus relaciones sociales, laborales o culturales. Gracias a internet y a su gran capacidad de recibir y gestionar una cantidad ingente de información y discriminarla, según su criterio, se han acostumbrado a no depender tanto de sus padres y profesores para adquirir el conocimiento. Si no entienden algo lo buscan en “Youtube” para que alguien en la red se lo explique mejor. La brecha tecnológica que se ha producido con sus referentes mayores es tan grande, que difícilmente creen que les puedan ayudar. Todo ello les está forjando un carácter autosuficiente, autodidacta y consecuentemente emprendedor.

Está claro que esta nueva manera de comportarse y relacionarse tiene una influencia rotunda en el diálogo intergeneracional. Uno de los grandes retos que vamos a tener que encarar con la generación Z, es precisamente el de la comunicación. Esta nueva generación se caracteriza por las comunicaciones rápidas, los mensajes cortos y la utilización predominante de los iconos y los símbolos sobre los textos. Una rapidez y una velocidad que, como no puede ser de otra manera, van en detrimento de la calidad y la profundidad.

Según estudios realizados por el National Center for Biotechnology Information, los menores estadounidenses pueden focalizar su atención sobre un aspecto durante una media de 8 segundos, frente al lapso medio de 12 segundos en el año 2000. Este hecho es relevante, pues nos indica que los jóvenes y adolescentes están procesando más información en menos tiempo.

A este hándicap que plantea la comunicación, le debemos sumar las posibles diferencias de criterio de la generación Z respecto a otras generaciones precedentes como son, la falta de interés por la política, una mayor integración de la diversidad, la lucha por la igualdad de género, la preocupación por el medioambiente, la menor dependencia del dinero, la falta de interés por la propiedad, la manera de interaccionar con la familia, la menor conexión con los educadores y la irreverencia respecto a la jerarquía y lo establecido, entre otras.

Hasta hace 30 años las dificultades que surgían del diálogo intergeneracional estaban centradas más en las formas que en el fondo. Pero para esta nueva generación y las venideras, el conflicto se centrará quizás en el discurso ético que puede emanar en relación a las posibilidades que ofrece de la biotecnología, la manipulación genética, la hibridación del hombre con la máquina, la realidad virtual y otras muchas cuestiones ligadas a la evolución de la tecnología. Temas que forman parte de su ADN y que, sin embargo, empiezan a quedar cada vez más lejos de las generaciones precedentes con las que deberán convivir.

Hace unos años nos preocupaban los llamados “marginados digitales”, aquellas personas que se están quedando al margen del imparable proceso que supone la transformación digital. Hoy en día, podemos caer en el peligro de crear “islas generacionales” separadas por un mar rebosante de continuos avances tecnológicos.

Para evitarlo, debemos construir puentes de diálogo que permitan enlazar los intereses de las distintas generaciones. Caminos que conecten polos tan opuestos como la irreverencia de la juventud con el respeto mútuo, la impaciencia con la perseverancia, la creatividad con la planificación, la capacidad emprendedora con la estabilidad y la velocidad con la reflexión. Quizás desde ese diálogo intergeneracional, humilde en su posicionamiento pero ambicioso en sus objetivos, seamos capaces de construir un mundo más resiliente y donde el respeto a la diversidad se convierta en un valor común y prioritario.

David Martínez