Cada vez más voces están evaluando la posibilidad de implantar una renta básica universal. Es una asignación monetaria e incondicional que otorgaría el estado a todos sus habitantes, independientemente de cuáles pudieran ser las otras posibles fuentes de renta, y sin importar con quien convivieran. A este concepto Alferdo Rubio de Castarlenas lo denominó en su momento “salario por existir”, es decir la percepción de una renta que recibiría el individuo por el simple hecho de haber nacido.

Se han realizado muchos debates que han puesto de manifiesto fuertes controversias respecto a la viabilidad de su implantación, considerándola en la mayoría de los casos una propuesta utópica y asociándola, principalmente, a una visión política de izquierdas.

Sin embargo, lo curioso del caso es que en las dos últimas reuniones del Foro de Davos, donde se encuentran los principales líderes empresariales, políticos internacionales y periodistas e intelectuales selectos para analizar los problemas más apremiantes que afronta el mundo, se ha tratado el tema de la renta básica universal, como una posible alternativa al impacto que va a generar la robótica en el mercado laboral.

No es de extrañar, pues se considera que hacia el año 2020, se habrán destruido cinco millones más de empleos en el mundo. Y esto no es más que un aperitivo de lo que puede pasar si tenemos en cuenta el rápido proceso de digitalización y robotización de la economía.

Ya sabemos la gravedad que supone el hecho de tener una masa ingente de personas desocupadas. Es por ello que los líderes más influyentes de las principales potencias están empezando a analizar las consecuencias de que exista una parte sustancial de la población sin los ingresos mínimos para sobrevivir.

En Estados Unidos, concretamente en Silicon Valley, considerada la meca del liberalismo económico y de la innovación, están analizando la opción de instaurar una renta básica (a nivel de experimento académico), en favor de un determinado segmento de población. Pero esta experiencia no es aislada, en Ontario (Canadá), en Alaska y también en Finlandia se está empezando a implantar una renta básica universal. Está claro que ya se ha traspasado la visión teórica del concepto para empezar a convertirlo en una pequeña realidad.

Existen varias teorías respecto a los motivos por los que sería conveniente implantar una renta básica universal. Pero, como ya hemos comentado, la principal se centra en el hecho que la evolución tecnológica, aparte de acabar con una gran parte de los puestos de trabajo, dificultará enormemente que muchos desempleados puedan volver de nuevo al mercado laboral.

Sin embargo, no menos importante es la justificación ética de la propuesta por la cual, todo individuo por el hecho de existir, tiene derecho a vivir en este mundo con dignidad. La instauración de un salario por el simple hecho de existir aporta tres aspectos que pueden contribuir a la consecución de este objetivo.

En primer lugar, su implantación puede ayudar a reducir o erradicar la pobreza, ya que todo individuo podría disponer de una renta mínima que le permitiera subsistir dignamente, sin necesidad de acudir a la beneficencia o a ayudas y subvenciones que dependen de los programas sociales de cada gobierno de turno.

En segundo lugar, una renta básica universal aportaría un mayor grado de libertad al individuo, pues lo haría menos dependiente y mejoraría sus posibilidades de desarrollo personal, ya que no estaría constreñido por la obligación de trabajar en aquello que no le gusta o que incluso le disgusta.

Y, en tercer lugar, instaurar un salario por el simple hecho de existir potenciaría y valoraría el principio de la solidaridad. Percibir una renta por el simple hecho de existir nos igualaría con el resto de individuos. Instaurar una renta básica universal no será fácil ni gratuito, requerirá de la renuncia de unos en favor de los otros y, por lo tanto, obligará a una redistribución más justa de la riqueza, aportando un mayor equilibrio económico y social.

Así pues, podemos decir que la bondad ética de la propuesta se basa en el hecho de considerar que la implantación de un salario por existir puede favorecer una mayor justicia económica y social, permite generar un espacio más amplio de libertad al individuo y potencia el sentimiento de solidaridad; tres aspectos clave para contribuir al desarrollo de una sociedad y elevar el nivel de dignidad de sus individuos.

David Martínez