Sin mezcla ni confusión

Iniciamos el año 2016 con un panorama mundial complejo, aunque lleno de oportunidades que conviene aprovechar con realismo y con esperanza, clarificando algunas ideas confusas.

Vemos, por ejemplo, la larga la sombra de la amenaza terrorista de matriz yihaidista. Además de los factores económicos e históricos de este fenómeno, en su raíz hay una visión cultural y religiosa teocéntrica (en la que Alá y el Corán deben dominar todos los ámbitos de la vida social) que se propaga rápidamente en la población musulmana. Esta visión de lo “sacro” se considera el único camino para una vida humana respetable.

Por su parte, muchos occidentales piensan que todos los creyentes -musulmanes o cristianos- deberían reducir sus prácticas de fe al rincón de lo “sagrado”, y en todo el resto de la vida diaria acomodarse a los avances científicos y tecnológicos de la sociedad “profana”, conquista de la modernidad, donde se puede vivir con libertad y sin el peso de una deidad que, a su parecer, limita al hombre.

Para mí ambas formas de ver lo religioso son equivocadas. Las dos deben dar un paso de madurez y claridad que les acercaría entre sí y allanaría el camino del diálogo.

Porque la distinción más adecuada y justa no es entre “sacro” y “profano” -opuestos y excluyentes entre sí-, sino entre natural y sobrenatural, que se necesitan y se complementan.

1º) El plano natural se sostiene a sí mismo, es autónomo, tiene sus leyes, su ritmo de desarrollo. Es el universo, la Tierra, animales y vegetales, la vida de cada persona humana e incluso la vida social. Eso es lo natural, lo que nos encontramos al nacer, sin haber hecho nada para merecerlo o adquirirlo. Esa gran plaza de lo natural es el espacio donde debemos actuar, ejercer nuestra libertad, custodiar la naturaleza y la vida. Es algo que nos ha sido dado: es un don, aunque no definamos de quién. No es lo mismo que lo “profano”, que querría significar un espacio independiente y contrario a un posible Dios.

2º) El plano sobrenatural, que es otra dimensión. Es el Misterio total de Alguien a quien llamamos “Dios” o “Alá”, pero que en síntesis es creador de todo lo que existe y no podemos controlarlo. Es fuente de las respuestas a las preguntas últimas de la vida, inalcanzables para la razón humana por sí sola. Las religiones monoteístas consideran que ese Absoluto se ha revelado, y que hay caminos para acercarnos y conocerle, y elevar la calidad de la vida humana. El cristianismo profesa el Evangelio de Jesucristo, ofrece los Sacramentos, la Gracia, etc.

Pero sabemos que la Gracia no sustituye ni destruye la naturaleza. Es un don sobrenatural aún mayor, que la eleva y la transforma: lo sobrenatural es justamente lo que adviene sobre-lo-natural para llevarlo a plenitud. Por eso Jesús puede decir “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Admite la autonomía de las realidades naturales y la luz que le viene de Dios, sin mezcla ni confusión. No puede avasallarse lo natural con el pretexto de tener una revelación, imponiéndola sobre la sociedad. Pero tampoco puede el ser humano apropiarse de lo natural como si fuera creado por él mismo, de espaldas y contra Dios.

En la medida en que los creyentes mezclemos y confundamos lo natural y lo sobrenatural, estamos empujando a los no creyentes a buscar refugio en lo “profano”, que niega y rechaza lo que pueda venir de Dios porque se sienten aplastados.

El realismo existencial señala y respeta la gran plaza de lo natural con sus leyes y su autonomía propia; en ella cualquier persona puede sentirse cómoda y agradecer lo natural como don que es, y será menor la tentación de caer en lo profano y querer apartarse de Dios. La luz de lo sobrenatural no la oprime, no la anula: la mejora como la luz solar a las plantas.

Ante la sociedad secularizada y las creencias fundamentalistas, tenemos que tomar el gran ejemplo de la Encarnación: hay dos naturalezas sin mezcla ni confusión, unidas en el Verbo. También lo natural y lo sobrenatural son dos planos sin mezcla ni confusión, ambos unidos en Dios, causante de ambos. Impulsemos una sociedad que asume sus responsabilidades naturales y al mismo tiempo se abre sin complejos a lo sobrenatural. Así habrá menos riesgo de caer en fundamentalísimos o generar luchas de poder entre creencias.

Leticia Soberón