El mundo vive momentos de incertidumbre y de mucha tensión, que originan manifestaciones y convulsiones sociales. En oriente y en occidente, por distintas razones, todo se mueve y no siempre de una manera pacífica, como todos desearíamos. Recuperando los apuntes de una conferencia que hace años impartió el profesor R. Panikkar y que llevaba por título: «Fundamentos de la democracia: fuerza y ​​debilidad», recopilo algunas anotaciones:

«Que todos somos iguales es un dogma débil. Somos diferentes y tenemos que encontrar un sistema de «la polis”, que tenga en cuenta la diferencia, y que no nos quiera igualar por la ley. Si hay una gran diferencia económica, no puede darse la democracia. Hay que pasar de una cultura de la guerra (sentido amplio) a una cultura de la Paz: un nuevo cultivo del espíritu humano que no se base en la competitividad, sino en la diversidad y el pluralismo, en el reconocimiento de nuestra contingencia, es decir, no tener una visión absoluta que pueda juzgar al otro. Sistemas de pensamiento que son incompatibles entre sí se necesitan entre sí, a pesar de que no se entiendan. No hay un esquema único, unitario y válido para todo el mundo. No podemos centralizar ninguna forma de poder, ni ninguna forma de vida «.

A pesar de que estas palabras fueron dichas hace muchos años, son de gran actualidad. Hace tiempo que algunos autores señalan algunos límites de las democracias actuales y de la urgencia de que éstas den un salto cualitativo. Pero cuando vivimos momentos como los del presente, es cuando estos límites se hacen más patentes, tanto, que provocan que una parte de la ciudadanía cuestione la legitimidad de la democracia. Ignacio de Loyola decía: «en tiempos de tribulación no hacer mudanzas», pero, aun así, necesitamos cambiar algunas cosas para que la gente vuelva a recuperar la confianza en las instituciones democráticas.

Cuando estamos en medio de una tormenta, cuesta mucho encontrar la palabra serena y tranquila, porque todos estamos alterados y nerviosos y, el miedo a hundirnos, hace que acabemos gritándonos y que queramos imponer nuestros criterios y soluciones. Por desgracia, es en estos momentos, cuando aparecen los profetas de las calamidades y los mesías de las soluciones definitivas. Si la educación es básica para vivir en democracia, nos damos cuenta de que no hemos sido educados para vivir la democracia en momentos de tormenta. Cuando todo se tambalea se necesitan otros criterios, seguridades, y sobre todo, que todo el mundo deje de lado aquello de «salvar sus intereses, sus partidos, sus ideologías”, para buscar lo que sea mejor para todos. Debemos ser capaces de ir juntos, y encarar con firmeza los vientos y tempestades, que no dejan de ser,  retos de futuro.

Como diría Raimon Panikkar, hay que salir de la arena (lucha, competencia, la victoria) para ir a la Ágora, donde se habla, se discute. Se deben ofrecer espacios donde pueda dialogarse, sin premuras, sin imposiciones. Antes tendremos que rescatar la palabra diálogo, porque, hoy, al igual que otras grandes palabras como democracia, libertad, solidaridad o justicia, las hemos sacado del ágora y las hemos situado en la arena, para convertirlas en las primeras armas que usamos contra los demás, impulsadas con la honda del resentimiento.

El punto X de la Carta de la Paz dirigida a la ONU dice:  Un creciente número de países reconocen ya en la actualidad, que todos tenemos el derecho a pensar, expresarnos y agruparnos libremente, respetando siempre la dignidad y los derechos de los demás. Pero igualmente, cada ser humano tiene el derecho a vivir su vida en este mundo de modo coherente con aquello que sinceramente piensa. Las democracias, pues, han de dar un salto cualitativo para defender y propiciar, también, que toda persona pueda vivir de acuerdo con su conciencia sin atentar nunca, por supuesto, a la libertad de nadie ni provocar daños a los demás ni a uno mismo.

Urge dar este salto cualitativo para intentar salir de las democracias de las mayorías o de las minorías, para proponer una democracia de la pluralidad y de las diferencias. Tenemos que repensar una democracia que tiene el reto de tutelar y regular la convivencia de los diferentes grupos que integran la sociedad y que tienen derecho a disfrutar, con libertad, de su opción de vivir.

La democracia debe hacer posible que los individuos y los grupos, dentro de nuestras sociedades de masas, puedan hacer realidad su propia historia. Así como vivir en aquellas costumbres y valores en que reconocen su identidad. Lo tenemos que repensar entre todos, porque este salto cualitativo no viene caracterizado por un sólo proyecto. Sino por las diferentes tradiciones que configuran el momento presente y que hacen posible que cada individuo o grupo, se reconozca formando parte de una cultura plural. La democracia, debe ser un espacio de instituciones, una plaza abierta, donde se encuentran las diferentes opciones políticas, culturales, religiosas. Un lugar donde se generan los diálogos que hacen posible que los individuos y los grupos caminen hacia la edificación de la paz.

Jordi Cussó