Con el verano en el hemisferio boreal, muchos entran ya en las tan ansiadas vacaciones. Y con ellas, la posibilidad de viajar y conocer otras realidades de vida, admirar patrimonios naturales y culturales, contactar con personas que viven y piensan distinto. Una maravillosa oportunidad para abrirse a otras cosmovisiones, para establecer un diálogo intercultural, para tener una visión más global de la realidad, para abrirse al encuentro del otro, con el otro.
Por ello es esencial la actitud con la que salimos de casa, de nuestro entorno. Una actitud receptiva, una mirada apreciativa, posibilitará que el nuevo mundo que se abre ante nuestros ojos no sea consumido o apropiado, sino contemplado y respetado. Quizás no se trate tanto de “hacer” turismo como de un ser que se va “haciendo” a medida que se deja interpelar por ese encuentro con el distinto, con lo diverso. Y lo mismo cuando somos nosotros los visitados, cuando son otros los que llegan a nuestro “territorio”. Todo ello implica una capacidad de acogida, de hospitalidad, de recibir y de ser recibido, de acoger y ser acogido.
El turismo es un fenómeno humano, no solamente una industria. Es más que un simple negocio o diversión.[1]Es la posibilidad de adentrarnos en parajes desconocidos que nos invitan a la apertura, a la contemplación, a la escucha y al diálogo. Así pues, el turismo se nos presenta como “actividad que derriba las barreras que separan a las culturas y fomenta la tolerancia, el respeto y la mutua comprensión. En nuestro mundo, a menudo dividido, estos valores representan los cimientos de un futuro más pacífico”.[2]
Ciertamente el turismo, bien enfocado, bien vivido, puede ser un gran instrumento para el desarrollo de la civilización del amor y de la paz.
[1]ALZAMORA SALOM A., La espiritualidad del turismo, Mallorca 2006
[2] TALEB RIFAI, Secretario General de la OMT, Mensaje del Día Mundial del Turismo de 2011.